domingo, noviembre 27, 2011

La agonía de Marmato

 


Revista Eje 21/ Por el Historiador Albeiro Valencia Llano.
Marmato no brillará más debido a la fiebre del oro. Su producción en el país sigue en aumento; el año pasado se extrajeron 1,57 millones de onzas y la explotación superó 1.500 millones de dólares. La situación internacional viene creando el ambiente adecuado, pues la onza de oro se trepó a 1.202 dólares; un incremento de 31,7 por ciento en el último año.
Las exportaciones de café ya fueron superadas por las del oro; mientras tanto la producción sigue avanzando. La fiebre del metal atrae a numerosos inversionistas, especialmente a las multinacionales: Anglo Gold Ashanti Ltd., se propone explotar 695.000 hectáreas en los departamentos de Tolima, Antioquia, Cauca y Bolívar. Mineros S.A., tiene trabajos en el Bajo Cauca antioqueño. Medoro Resources, es propietario de minas en Marmato a través de Mineros de Caldas S.A. y Mineros Nacionales S.A. Greystar Resources, es poseedor de minas en Santander.
Las expectativas son enormes; por ello Ingeominas considera que en los próximos dos años el país duplicará su producción de oro. Para el año 2012 se espera una cifra de tres millones de onzas. La fiebre del oro es una realidad, pero también el impacto ambiental y social producido por la explotación minera en nuestro país. La experiencia enseña que las multinacionales han ido disolviendo la cultura; por ejemplo en el Chocó.
Oro y miseria

El cerro de Marmato ha sido explotado desde las comunidades aborígenes hasta hoy y, sin embargo, sus entrañas contienen una inmensa cantidad de oro. Al respecto decían los mineros españoles (siglo XVI) que “el cerro de Marmato es el más elevado, es todo de oro, desde el copete hasta su cimiento, con media legua de ancho y una legua de altura”.
Los indígenas abrían socavones, sacaban el mineral en canastos, lo trituraban en pilones de piedra y después separaban el oro utilizando bateas de arcilla o madera. Hacia 1600 la población aborigen se había diezmado por las enfermedades y por las difíciles condiciones de trabajo.
Como consecuencia los mineros españoles y criollos introdujeron esclavos traídos de África, para explotar las minas de veta y aluvión en las zonas de Marmato, Supía, Quiebralomo y Arma. De este modo el oro producido viajaba hacia Cartago, Cali, Popayán y España, pero no mejoraban las condiciones de vida de los esclavos, indios mitayos y mestizos, que explotaban las minas de oro y plata.
Marmato y la deuda externa

Parte del pago de la deuda contraída durante el proceso de independencia se hizo con el oro de la región. Tan pronto comenzó la guerra de independencia fueron enviados representantes a Inglaterra en busca de apoyo económico y político, pero por inexperiencia los empréstitos se obtuvieron en condiciones de usura.
La primera misión venezolana fue a Londres en 1810 y estaba integrada por Simón Bolívar y Andrés Bello; en 1820 viajó Francisco Antonio Zea y planteó la necesidad de abrir la minería a la inversión extranjera, para atraer capital e interés diplomático hacia la joven república. Cuando Zea llegó a Londres aceptó un cuenta indiscriminada de 500.000 libras en reconocimiento de “obligaciones no muy claras” de los enviados anteriores. Después consiguió nuevos préstamos garantizados con los derechos de exportación e importación y con las rentas de tabaco y de las minas de oro, plata y sal.
Con base en la política de empréstitos la casa Goldschmidt tomó en arrendamiento minas de oro y plata en Supía; la Wester Andes Mining Company Ltd., adquirió las continuaciones de las minas de Echandía y Loaiza en Marmato; The Colombian Mining &Exploration Company Ltd., empezó a ejercer un monopolio de 20 años sobre las exploraciones nacionales de Marmato y sobre la antigua provincia de Riosucio. Los banqueros Powells Illing Worth y Co. enviaron al ingeniero Edward Walker para comprar minas en Marmato, Supía y Quiebralomo.
Antes de la independencia Marmato era muy rico por sus minas de oro, pero el poblado estaba compuesto por una hilera de cabañas clavadas a diversa altura; no había un terreno plano para construir una casa normal. Pero la región cambió. Al respecto escribió el ingeniero Juan Bautista Boussingault que en 1830 “Marmato presentaba el aspecto más animado, se veían grandes talleres, fundición de oro, máquinas para triturar y amalgamar el mineral. Más de tres mil habitantes, todos libres, vivían en el declive de la montaña” (Boussingault, J.B. Memorias. Archivo Historial, Manizales, 1919). Pero el oro se fugó hacia Inglaterra y en Marmato se quedó la escoria.
Marmato no brillará más

Y pasaron los años. Con el tiempo este pueblo, clavado en la montaña, se convirtió en un hermoso paraje bautizado con el nombre de “pesebre caldense”. Había conservado mucho de la técnica y de las construcciones del siglo XIX. Las calles empedradas se orientaban, desde la plaza y la iglesia, hacia la parte alta donde estaban los talleres con las máquinas y los edificios de la administración. Más arriba, en la montaña, se veían numerosas bocas para penetrar las minas.
Los marmateños siguieron trabajando el oro en forma artesanal, las casas y ranchos permanecen colgados del paisaje y la cultura del viejo terruño todavía enriquece la vida regional.
Pero llegó la fiebre del oro, producida por la situación internacional. Las empresas mineras fueron compradas por la multinacional Medoro Resources, que estima extraer 7,49 millones de onzas de oro, en el cerro de Marmato.
¿Y qué pasará con el pueblo? El presidente de Medoro en Colombia afirmó: “Buscamos probar reservas para hacer explotación a gran escala, y para eso necesitamos el pueblo”. Eso significa explotación a cielo abierto y acabar con Marmato. Al respecto los mineros independientes, los llamados “guacheros”, ven con preocupación el traslado que se viene haciendo, del pueblo, a la parte baja conocida como El Llano.
Ante semejante realidad no hay futuro. La explotación a cielo abierto facilitará la extracción del oro, pero destruirá las casitas, las construcciones coloniales y los caminos empedrados: cambiará el paisaje y borrará la cultura. ¡El oro huye y se queda la escoria!
Albeiro Valencia Llano

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